Crónica de una batalla desinformada: 30S

Por Daniel F. Benavides

Era 30 de septiembre de hace un año y ya había estallado la revuelta policial. Las imágenes de televisión mostraban al presidente Correa envuelto en una nube de gas lacrimógeno. El mismo gas que poco después estaría respirando yo mismo. La sobrecarga de versiones venidas de las redes sociales y medios tradicionales hizo que algo en mi cabeza explote, algo que siempre estuvo ahí por el simple hecho de ser ecuatoriano, de saber que siempre estamos expuestos a las mentiras y cuentos, de unos y otros. Después de varias horas de incertidumbre frente a la televisión y computadora, decidí ir al lugar donde estaban ocurriendo los hechos: La parta alta de la Av. Mariana de Jesús, en los alrededores del Hospital Metropolitano, donde ciudadanos comunes y corrientes, alentados por dirigentes de Alianza País, quienes llamaron a que el pueblo libere a su presidente, trataban de llegar hasta el Hospital de la Policía, lugar donde se encontraba Correa. Secuestrado o no, eso nunca quedó claro. La decisión de ir fue simple, no quería más versiones, no quería más propaganda, no quería opiniones ni planos de televisión cerrados que manipularan los hechos, quería ir y ver por mí mismo qué estaba pasando en Quito.

Cuando pasé por el Parque La Carolina, lugar cercano a la Mariana de Jesús, una imagen me desconcertó. Un padre enseñaba a andar en bicicleta a su hijo con toda la tranquilidad del mundo como si se tratara de un domingo cualquiera. En contraste con la televisión y el Internet, la ciudad se sentía normal o tal vez ya es normal para esta ciudad que ocurran conmociones así.

La Mariana de Jesús es una cuesta bastante larga y empinada. Un escenario que sería propicio para escenificar la toma de un castillo en una batalla medieval, y mientras más subías, más fidedigna se volvía esa imagen. En cada metro que caminabas hacia arriba, comenzaba a sentirse el aumento de la fuerza centrífuga, que jalaba hacía el epicentro del caos, a solo unas cuantas cuadras más adelante. La tensión en el aire se hacía acompañar de un perfume lacrimógeno cada vez mas acentuado mientras se multiplicaba la cantidad de fogatas improvisadas para librarse de sus efectos asfixiantes. Los rostros de quienes se refugiaban ahí se veían inflamados.

Un par de cuadras más adelante, ya en el meollo del asunto, no había tanta gente como pensé que habría, pero de todas maneras era la suficiente como para denominar lo que estaba ocurriendo como una batalla campal.

Mis conceptos sobre la Policía Nacional nunca han sido muy altos, como tampoco el de ninguna institución estatal, salvo las Fuerzas Armadas, que suelen estar tan lejanas de la vida cotidiana que uno ni las toma en cuenta. Pero de alguna manera son quienes representan el orden máximo cuando todo se va al carajo y eso les confiere algún respeto como institución.

Sin embargo, el cuadro general me sorprendió fuertemente aun cuando pensé que la Policía no podía caer más bajo en mis conceptos. La imagen de ver sujetos vestidos con uniformes de policía pero al mismo tiempo encapuchados como delincuentes provenía de un mundo de ficción ciberpunk, la antiutopía. Mientras las piedras que lanzaban los policías encapuchados se rompían contra el asfalto de la calle o los huesos de la gente, mi idea de que este país era un país, aunque sea desaliñado, también se resquebrajaba. Maldito país.

Las personas que estaban ahí eran correistas en su amplía mayoría y habían ido hasta allá desarmados para tratar de rescatar a su líder en una acción bastante irresponsable, donde pudo haber corrido mucha más sangre de la que corrió y que estaría en manos de esos dirigentes que hicieron el llamado. Aunque tal vez yo era aún más irresponsable de estar ahí porque ni siquiera me agrada Correa y nadie me había llamado.

Entre el zumbido de las piedras que volaban, sonaban ocasionalmente disparos. El cadáver de un carro abandonado era corresponsal privilegiado de esa guerra tan extraña. Los carteles de publicidad finalmente fueron útiles cuando se los utilizó como escudos. La gente ganó territorio hasta que no hubo más espacio entre policías y civiles. La calle parecía un deslave volcánico de tantas piedras que estaban esparcidas a nuestras espaldas. Se enfrío la pelea y se hablaba de calma, se mencionaba la tregua, al fin y al cabo la gente ya había llegado hasta donde se podía llegar. Lo más lógico era hablar. Las personas se agruparon desde los diferentes rincones que habían adoptado como trincheras urbanas y cuando todos podíamos sentir el aliento de alguien más en la nuca, de tan pegados que estábamos, los policías dispararon al suelo varias cargas de gas lacrimógeno. Hubo una estampida, cada cual corrió por donde pudo sin mirar atrás. Me abalancé sobre las rejas del hospital para escapar de la calle pero mi pierna quedó trabada en el intento. La nube de gas comenzó a cubrir el perímetro y antes de que me llegara en plenitud forcejeé y caí al interior del hospital. Permanecí ahí hasta que comenzó a anochecer. Los rumores decían que venía el Ejército, que era mejor que nos vayamos. A pesar de estar en el lugar de los hechos, volvía a escuchar rumores, no sabía que pasaba ni que había pasado más allá de tener toda la ropa apestando a gas lacrimógeno. Los nudos del poder de este país son casi indescifrables para los ciudadanos a pesar de estar dentro de una llamada Revolución Ciudadana. Nunca vamos a saber realmente qué pasa.


Luego de un año veo carteles propagandísticos que dicen ‘30S el día que triunfó la democracia’. No creo que la democracia haya triunfado ese día porque no creo que era la democracia lo que estaba en juego el 30 de septiembre. Fue una revuelta, hecha por una pequeña parte de la tropa policial descontenta hace meses por los recortes a sus beneficios. Eso sumado a un presidente que quiere darse de puñetes con quien se le ponga en frente, dieron como resultado ese día de caos en la Mariana de Jesús. Mala combinación. Lo único que estuvo en juego ese día fueron las vidas de personas que fueron llamadas a una batalla que no debió existir. 


Regates



Le viene un pase bombeado y la domina sin dejarla caer. Alza la mirada y analiza la cancha empinada. Busca palabras de aliento de algún entrenador pero nunca tuvo uno. Se acuerda de los Súper Campeones y se llena de ánimo. Pica, desborda por la izquierda, le hace una galletita al mendigo ciego, deja atrás a la vendedora de churros y regatea a dos colegialas del Spellman. Su compañero se la pide, él se niega. Esta es su jugada. Corre, acompañado del relato del Poeta del Gol, llega al final de la calle Chile y patea la botella con toda la comba que puede.   

Un títere es feliz hasta que descubre que su corazón es la mano de otra persona. Pt 2

De pequeña pensó en alejarse de los niños para evitar cualquier tipo de contagio. Le fue bien jugando a la casita sin marido, se sentía relativamente a salvo de sus fobias. Pero eso no evitó que su primer beso llegara a la hora del té cuando una niña hizo un acto de valor y la sorprendió sin darle tiempo a reaccionar. Entró en pánico y la golpeó con su barbie en la boca, pero el daño ya estaba hecho. Sintió como una sustancia viscosa le recorrió el cuerpo directo hacia donde se ubica el corazón. Se estremeció. No era una sensación desagradable en lo absoluto. Pero en seguida le vino la imagen de los troyanos siendo masacrados por los astutos griegos del caballo. Debía pensar rápido si quería sobrevivir. El llanto de la niña la desconcentraba. En un instante de debilidad quiso darle un abrazo para consolarla. Se asustó aún más, la bacteria estaba entrando en su cerebro. De pronto recordó que una vez vio como salvaban a un perro envenenado haciéndolo vomitar. Se concentró en la cosa más asquerosa que pudiera recordar. Imaginó el sabor pasado y crudo de la sopa de bacalao que su abuela le obligaba a comer para que creciera sana. Sintió un alivio inmediato después de vomitar. En esa masa rosada llena de macarrones pudo distinguir como las bacterias se revolcaban, muriendo en contacto con el aire. Juraron volver por ella antes de desaparecer. Debía tener más cuidado con las niñas. Eran unos lindos cachorritos con colmillos de víbora. Le tomó un cierto aprecio a la sopa de bacalao, una sensación de apego como la que Van Helsing  tiene con el ajo.

El sexo para Anja se parecía a jugar a la guija. Un experimento paranormal. Un acercamiento a lo prohibido, para husmear de cerca algo que le asustaba pero que no podía dejar de investigar su naturaleza. Era un terreno peligroso, un limbo que podía abrirse de par en par para hacerla caer directo al infierno. Algunos de sus más cínicos y duros compañeros de cama habían sido reducidos a cenizas justo al lado de ella. «Balas pérdidas de Dios» Auténticos y voraces lobos que terminaban convertidos en corderitos de felpa rosa. La bacteria  los dominaba como títeres.  Se volvían clientes frecuentes de la tienda Hallmark y la habitación de Anja se abarrotaba de cajas de chocolate Bacio. De la nada sacaban un talento oculto como poetas o músicos y Hugh Hefner era remplazado como ícono por Joan Manuel Serrat. Era como ver morir a bravos soldados que compartían su misma causa en el campo de batalla, para luego verlos resucitar convertidos en los entes mutantes a los que antes combatían. La Noche de los Muertos Vivientes. Pero cada cuerpo no caía en vano. Era un recordatorio directo, una lección cruda, sobre el poderío de su enemigo.  

Sin embargo, el sexo no solo constituía un juego de espionaje para ella. Era también  su forma torcida de burlarse del Amor. De provocarlo frente a sus narices y luego escapar con una sonrisa prepotente de la hoz de su arcángel más astuto. Anja buscaba perfeccionar el arte ninja de atacar y escapar sin ser visto. Pero a su vez tenía un interés científico en observar con lupa la evolución de la bacteria en los cuerpos. El proceso de envenenamiento. Así aprendió de las expresiones de sus parejas, de sus gestos, de sus gemidos para luego simularlos. Como si se tratara de un dictado para aprender un idioma nuevo.

La elección de los individuos se había convertido en un proceso de selección natural. Solo los más capaces de sobrevivir a la bacteria le interesaban como sujetos de investigación. Era indiferente al género. Solo le interesaba buscar personas que parecieran invulnerables a enamorarse. 

Aprendió sicología empíricamente. Podría haber dictado una clase magistral de teorías de la personalidad. Aunque como cualquiera que se apoye en el método científico a veces ensayaba y fallaba horriblemente con sus hipótesis, haciendo sentir miserables a personas que eran más débiles de lo que parecían. Daños colaterales. 
El peor caso había resultado con un motoquero diez años mayor a ella. Uno de esos tipos duros que solo aman a su Harley Davidson,  para quien las mujeres solo eran un accesorio con blondor y mini falda de cuero que va colgado del asiento trasero de su moto. Se hacía llamar por todos El Tiroloco. Se enteró de su nombre real cuando solamente un mes después de haberlo conocido cuando firmó con sangre una carta de amor que finalizaba con un: Tuyo para siempre Jaime. Tiroloco escribió tantas cartas sangrientas para Anja que terminó en el hospital al cabo de una semana, esperando que alguien respondiera el llamado de donar sangre tipo AB negativo. Al salir del hospital Tiroloco fue directo a buscar a Anja. Cuando la encontró en la calle junto a un Punk de colorida cresta se abalanzó sobre ellos. Tiroloco volvió esa misma tarde al hospital luego de una cruenta pelea con el Punk, quien irónicamente se convirtió en su compañero de habitación en la sala de emergencia.  

Continua parte 3

Un títere es feliz hasta que descubre que su corazón es la mano de otra persona (Pt1)


Por Takeko Jones

Abrí los ojos hoy de mañana y ahora solo quiero cerrarlos, volver a dormirme para soñarnos.

Aquellas silabas de tinte rosa fosforescente manipulaban los labios de Anja Lamadrid con su todopoderoso hechizo cliché. Qué fuertes son las palabras fáciles. Era la veinteava vez  durante la mañana que Anja se había atrapado a sí misma con esa frase chiclosa hilándose en su boca. Estaba hipnotizada con ella, o peor aún, parecía que aquellos seis verbos que trataban torpemente de aliarse en un pensamiento romántico la ilusionaban. Funcionaba a la perfección.

Anja,  a sus 17 años y diez meses, contaba con bastante  más kilometraje sexual de lo que los padres de familia de la Asociación por las Buenas Costumbres de la Comunidad habrían podido aceptar sin antes enviarla a un reformatorio, un convento, o alguna institución similar en sus métodos correccionales pero con un nombre menos tosco para tener el aval de los sicólogos sociales. 

A pesar de haber recorrido cientos de metros de las más diversas pieles humanas, Anja solo convivía íntimamente con un terror patológico. Una desfigurada paranoia por cualquier sensación que osara pasar el claro límite de la excitación. Una paranoia que consideraba una sana medida contra algo más demoniaco que su enfermedad mental. 
La frontera estaba muy bien vigilada, con muros cubiertos de rosales espinosos, torres preparadas con catapultas de fuego griego, escudos satelitales de última generación israelíes, trincheras con morteros de largo alcance y sabuesos que emanan gas mostaza de sus fauces. El límite hacia una tierra hostil donde no se expiden visas de turista, ni de residencia, solo de negocios, y por una noche y para una sola ciudad, la de su propio placer.

Cuando era más chica y se enteró que existían heridas invisibles fue algo insólito para ella. Fantasmagórico. El daño físico es visible y por tanto reparable.  Una rodilla raspada  es igual a una curita de Hello Kitty o un dolor muscular es trabajo para una pasada de Voltaren. Al comienzo le pareció un simple engaño, una artimaña, como el cuento  del Cuco que saldría por debajo de su cama cuando se portaba mal. Por tanto, en su cabeza, el alma y el corazón caían en el mismo casillero de ficción que esos cuentos de hadas que siempre mencionaban esos artificios embusteros para hacer que los personajes hagan estupideces sin razón lógica aparente.

Pero al  convertirse en testigo presencial de que aquel extraño fenómeno atacaba a su adorada hermana mayor, convirtiéndola en una criatura llena de mucosa e ideas suicidas,  comenzó a preocuparse de verdad: Las invasiones de zombis sí existen.

Una macabra realidad, proveniente de un castigo divino mucho peor que cualquier peste de langostas o inundaciones. Desde el momento en que comenzó a encontrar cartas de su hermana escritas en sangre para su ex novio, se negó rotundamente volver a la Iglesia. Cada domingo se defendía con manos y dientes para no asistir a la misa evangélica. Sus padres no comprendían ese cambio súbito. Sus dos hijas estaban desvariando y una sin razón aparente. Incluso llegaron a considerar que alguna influencia paranormal se haya apoderado de Anja. Se oponía con tanta rabia que incluso pensaron en recurrir al exorcista de la iglesia o a un famoso tele chamán para controlar la situación. 
El razonamiento de Anja era simple: Si Dios es Amor, como profesaban en la Iglesia, ella no quería tener nada que ver con él, después de presenciar al ente en el que convertido a su pobre hermana después de mandarle a uno de sus experimentos hechos a su imagen y semejanza. Sin duda, la influencia paranormal la tenían ellos, pero en lugar de llenarle los bolsillos a un charlatán vende-pócimas, ella sabía que solo una bala de plata podría salvarlos del sufrimiento y eso estaba fuera de sus planes de niña de nueve años. Así que prefirió alejarse de todos pero vigilarlos tan de cerca como debe hacerse con un enemigo mortal.  

No podía entender que existiera un arma tan inhumana que torturara a la gente desde sus entrañas de manera tan incontrolable. Lo peor de todo era que no solo provocaba sufrimiento sino que además se camuflaba como algo maravilloso. Era un simpático gusano de seda de grandes ojos dulces que vivía cómodamente en tu interior hasta que de repente te desgarraba el estomago desde adentro como un alien desquiciado. Era simplemente maquiavélico. 

Lo terminó de comprender a los diez años cuando su madre le explicó porque Papi se iba de casa y porque solo lo vería los fines de semana. Durante los siguientes meses cuando veía a su madre llorar a escondidas y jurar con el puño cerrado que nunca más volvería a ser tan tonta, Anja supo que esta guerra aunque esté avisada no deja de cobrar muertos. Cuando pensaba en sus padres, le venía a la mente un dibujo a blanco y negro de su libro de catecismo, del ángel Lucifer convirtiéndose en Satanás, mezclado con una colorida planta carnívora que había visto en el jardín botánico.

Luego de tomar literatura en el colegió, remplazó esas imágenes con las de los sanguinarios guerreros griegos entrando a Troya dentro de su ofrenda de paz.  

Cuando pasó a la secundaria, sus compañeros dejaron de llamarla freak por no entenderla y simplemente la consideraban una bitch total. Mientras más creces lo extraño primero se vuelve opuesto y luego sólo se transforma en antagonista. Para ser objetivos, Anja Lamadrid no era más que una fría aprovechadora que le importaba una mierda el resto, a menos que ella quisiera acostarse con ellos. Con esa última parte sus conocidos detractores aparentemente no tenían problema mientras fueran ellos los elegidos. Al menos no era un inconveniente hasta que irónicamente se enamoraban de la bitch. Y era entonces cuando su sistema de defensa se activaba para destruir al intruso. Una vez que el sujeto era convertido a partículas de desilusión y amargura, una nueva oleada de adjetivos, todos sinónimos de puta, coloreaba su fama. Pero para ser objetivos una vez más, a quién le importa caerle simpático a la gente cuando hay que sobrevivir a una pandemia, en la que cada persona existente era un potencial portador del virus. Aunque en palabras de Anja era más bien una asquerosa bacteria come-carne. 

Continua Parte 2

El Cementerio de los Elefantes Rosa

Las venas se ajustan con un nudo Windsor. Un rompimiento inesperado es una de las pocas ocasiones en la vida de una mujer que debe hacer este tipo de lazo sobre ella misma. El Windsor es considerado el más elegante entre todos los nudos y británico por excelencia. Representa distinción y diplomacia. Aunque como cualquier nudo sobre el cuello sería preferible no tenerlo encima. Lo mencionó porque mantiene una similitud sorprendente con la postura de una mujer post corazón roto.


Un clásico que no teme reeditarse: La mirada fría que trata de congelar dentro de sí la erupción de lágrimas agrias y el silencio total que en realidad es un mute de todo tipo de verdades viscerales. El botón de “no merezco esto y puedo conseguir algo mejor que tú” se activa acompañado de una mirada cítrica y/o tóxica. Mientras más digno y elegante sea su Windsor en ese momento, más temible será la contraofensiva. Las mujeres no han aprendido que el nudo de la corbata se usa solo durante un día.


Cuarto de hotel. Cerca del medio día, creo. El escenario de sabanas blancas desparramadas es desolador. Un cementerio de elefantes rosa. Las promesas de cajón están de vuelta en el archivero y dejan de engolosinar el ambiente con el opio de la esperanza.
Este territorio, con capital en esta cama alquilada, alguna vez fue una tierra feliz para ambos, prospera, llena de sueños. Un paraíso bicéfalo ciertamente. Dos cabezas no sueñan con lo mismo aunque se hayan dormido al mismo tiempo. Eso fue hace unas 6 horas, cuando ella creía en el futuro y yo creía en el placer. Déficit en el sistema educativo. Fantasías y sueños no deberían ser sinónimos en ninguna circunstancia que involucre a un hombre y a una mujer. Solo es una sugerencia a la Real Academia para evitar daños colaterales por un mal uso del lenguaje. La palabra amor es un password universal para acceder al postre pornográfico amateur.
El futuro es la noche anterior en un nuevo lugar.


Ella me observa mientras duermo y me imagina en Frac, esperando junto a su familia en la puerta de la iglesia mientras los alegres caballitos de paso la traen en una carrosa para consolidar el sagrado camino del matrimonio. Le doy el derecho de imaginar lo que quiera, pero quisiera comunicarle que aún en aquel escenario ficticio controlado por sus deseos más acaramelados yo tendría una Kaláshnikov para asesinar a los caballitos, logrando que el cochero pierda el control y la carrosa entera se vaya por el despeñadero. No me da miedo abrir los ojos.


La rutina es un fastidio para todos. El cajero de banco que debe estar contando billetes que no posee. El basurero que debe recoger basura que no hizo. Y yo, el alquimista, que debo transformar la miel en acido con una sola frase que la lleve a escuchar canciones de Ana Gabriel por tres meses. No es que quiera hacerlo, es como dije un efecto colateral del mal uso del lenguaje. Bueno, abro los ojos y claro, está ahí viéndome. Estas cosas son como representar Romeo y Julieta. Pueden ser actores tailandeses, noruegos o bolivianos que la obra va a ser más o menos la que todos conocemos. Es cultura universal. Le doy una mirada profunda y espero que me diga “que lindo… hablas mientras duermes” o alguna babosada así. Pero me sorprende y dice con tono parco -el preservativo está roto-. Suena el teléfono del hotel. Sin apartarle la mirada, tomo el auricular para que me informen que ya es hora del Check Out. Que estrictos con la hora de salida, pero es entendible en cierto punto, es un hotel no un motel y nosotros no fuimos precisamente refinados y británicos durante nuestra corta estadía.


En estos casos hay que saber mantener la calma, es como ver una aleta de tiburón mientras estás flotando tranquilamente en la costa, si te agitas lo más probable es que te quedes sin pierna.
- Bueno, no hay drama, hay píldoras para este tipo de situaciones.
- Yo sé… pero si me tomo una de esas pastillas tú estarías en Río de Janeiro al otro día y me gustó tu idea de llegar a la iglesia en carruaje con caballos de paso, me dice con evidente ironía.
Mierda, pensé que estaba despierto y pensando al momento de los caballitos, no dormido y hablando. ¿Esto sí lo estoy pensando o no?
- Necesito que me hagas un favor diminuto corazón, nada del otro mundo.
- ¿Y eso sería?
- Sería… la única forma de que no te hagas cargo de ese torbellino infinito de responsabilidades y martirios que sería tener un hijo con una mujer que no conoces y que ni siquiera te interesa conocer. Pero para que veas mi buena fe te doy algunos datos que te ayuden a reflexionar: Soy Aries y por tanto sumamente dominante. Sí, además creo fielmente en la astrología y en el socialismo del siglo XXI. Tu familia política está compuesta por un suegro avaro que está absolutamente paranoico de que todos queremos robarle. Bueno, papá tiene algo de razón en ser cuidadoso porque tu suegra, como no consigue sacarle un centavo para sus operaciones plásticas, ya ha sido acusada de estada varias veces por diferentes seguros de salud. Tu futuro cuñado creo que sería el único que te caería bien porque puede conseguirte drogas de diseño a buen precio. Aunque es muy protector conmigo, de hecho creo que siempre ha estado enamorado de mí, y que no le gustaría ver a su hermanita con un heroinómano. Volviendo a mí, no tengo trabajo porque hasta que este condón hizo plush me había ido tan bien con los hombres que no necesitaba más que ir a pilates cuatro veces por semana para mantener la racha. Pero bueno, eso es pasado, ya no necesito romperme el lomo para mantener el físico, ¿cierto? Ese anillo de 14 quilates que me vas a regalar significa cuidados sinceros desde el fondo de tu corazón hasta que la muerte nos separe, así que puedo dejar de lado el ejercicio odioso porque tendré un hombre a mi lado que me ame por mi belleza interior. Hermoso ¿no? Por cierto no quisiera oír nunca más que te han visto en una de esas fiestas pervertidas, agarrándote zorras como la de anoche. Uf… ese vendría a ser más o menos tu futuro.


Escucho a Mikaela mientras se viste y me doy cuenta de cómo su nudo Windsor no es más una de esas baratijas de tirante elástico. De esas que se compran en la tienda de disfraces y no en la de alta costura. Una farsa, un artificio de poca monta sin ninguna elegancia. Se desata y vuela violentamente contra mis ojos, resquebrajando de mi iris tantas secuencias post corazón roto que estaban acumuladas.


Autopista. Cerca de las nueve de la noche. Conduzco lo más bonito que me ha dado la vida: Mi Honda SB2000 amarillo con neumáticos radiales, tablero de madera y sistema de audio Bose con compatibilidad para el Ipod. Sin embargo solo tengo control del volante y del soundtrack de la escena. La voz ronca de Tom Waits canta Romeo is bleeding. Mikaela no me apunta con ningún tipo de arma para mantener activo su control. La bomba ya fue instalada dentro de ella por mí mismo y solo a ella le puede dar la gana de desactivarla. Una munición de material genético tipo comando, que supo burlar las defensas profilácticas de ese escudo lubricante que adquirí de emergencia de un taxista. Mi pelotón avanza triunfante hacia su destino sin que nada pueda notificarlos que su victoria sería la perdición para su país de origen.
Durante el camino Mikaela se limita a darme instrucciones para llegar y cuando suena una canción que conoce la tararea alegremente. Tiene una cierta inocencia que tranquiliza mi paranoia de estar conduciendo quien sabe hacia dónde, guiado por una desconocida zafada que me chantajea con una vida de sagrado matrimonio y las cuotas de colegio de un hijo. Sin embargo, hasta que no vea que se tome esa pastilla seguiré secuestrado por la prueba de ADN.


Seguimos el anillo vial que rodea la ciudad y nos desviamos por un camino que conduce a un barrio industrial en la periferia llamado La Ferroviaria. Solo había escuchado de ese sector en los antetítulos de noticias sensacionalistas. Luego de pasar en zigzag unas cuantas cuadras de fábricas abandonadas y terrenos baldíos, las voces de todos mis conocidos contando historias de secuestros exprés revientan en mi interior. Me pusieron una pistola en la cabeza.


«Burundanga. Me tenían atada. Antes de soltarle le sacaron la puta. Clave de la tarjeta. No quisieron pagar y le mandaron el dedo a la familia ¿cacha?» ¡No puedo ser tan estúpido de incluso conducir como chofer hacia mi propio secuestro! Freno el auto en seco y le digo a Mikaela amenazándola con el dedo que se baje, que se baje en ese instante o que la bajo. Ella me queda viendo perpleja.
- ¿Me tienes miedo?
- No me jodas puta madre, esto es demasiado extraño y quiero que te bajes ya
- Ok, como quieras huevón –dice con convicción- pero sé quién eres, donde vives, donde trabajas y quiénes son tus conocidos, te haré llegar una orden de prueba de paternidad en nueve meses ¿Vale?
- Me importa una mierda, ahora bájate
Apenas cierra la puerta doy retro y acelero. Su figura se empequeñece mientras ambos nos alejamos en direcciones distintas. El barrio se ve desolado. Solo quiero encontrar la salida hacia la carretera de nuevo. Mierda ¿Y si no es una secuestradora ni nada por el estilo? ¿Si solamente tiene que ir a recoger ese dinero donde su hermano? Obviamente ella no quería venir sola a este lugar y no sabía cómo pedírmelo sin que le dijera que no. De seguro le tiene miedo al hermano o algo. Muchas veces las mujeres hacen este tipo de cosas porque se sienten inseguras y arman tremendo melodrama. Aunque le doy crédito porque en realidad jamás habría venido aquí si me lo pedía por favor. No soy un mal tipo pero fuck the people.


A estas alturas debería estar en camino para la cena del Juanjo. ¿Cómo me meto en estas cosas? Debería hacerme un nudo Windsor en la verga para evitarlo. No había reflexionado ni siquiera mi decisión cuando mi pie frenó impulsivamente y mi mano cambio la marcha a primera. Maldita caballerosidad, me digo con un cierto orgullo de creerme un caballero de reluciente armadura que va en rescate de una dama. Mikaela estaba a unos cien metros de donde la deje y caminaba a paso rápido. Abrí la ventana del copiloto y le pedí que entre por favor. Ni siquiera me regreso a ver. La conquista había comenzado de nuevo y mi adicción por cambiar la indiferencia en amor se prendió como siempre de forma descontrolada. El alquimista que debe convertir el acido en miel. La adelante un poco y me baje del auto. Me olvidé de la burundanga y mi miedo fue remplazado por el orgullo de no aceptar un no como respuesta suya. Tuve que rogarle para que me deje llevarla y mentirle de que mi paranoia es porque mi hermano fue secuestrado hace un mes. Con lágrimas en los ojos al recordar el fraternal momento de su liberación accedió a parar de caminar. Listo, victoria. Las lágrimas de los hombres son bombas lacrimógenas para las mujeres. Finalmente aceptó volver al auto aunque me advirtió que me dejara de estupideces de ahora en adelante. Una vez que se subió y mi orgullo sació su hambre de conquista, volví a preocuparme por la extraña situación que acababa de sacar de la tumba.


Unos quinientos metros después, llegamos a la entrada de un complejo de grandes galpones.No había guardia y la puerta estaba cerrada. Solo había un letrero oxidado, medio caído, que decía Transportes Gran Torito. Bajamos del auto. Dentro del complejo había unos 7 galpones de diferentes tamaños. Mikaela caminaba con seguridad entre la oscuridad y yo todo lo contrario.
Nos acercamos a uno de mediano tamaño que se veía en mejores condiciones que el resto, al menos no tenía sus ventanas rotas y había una ligera luz en su interior.
-Quédate aquí un rato corazón
Empujó la pesada puerta de metal y el silencio tomó el ritmo punzante de la música electrónica que se escuchaba lejana desde adentro del galpón. Se cierra la puerta y los bajos saturados del tecno desaparecen. Qué lugar tan fuera de la realidad y que situación tan adaptada al lugar. La curiosidad me llama a buscar una ventana accesible para espiar dentro del galpón, mientras que el buen juicio me dice una vez más que me largue de ahí y corte esta locura antes de que termine en una demencia crónica. Le hago caso a medias como siempre. Vuelvo al auto y comienzo a navegar por internet en el Ipod, buscando como siempre la salida más difícil y estúpida.


www.despegando.com > Donde Reside > Vuelos > Ida y vuelta > Ciudad de Origen > Ciudad de Destino > Fecha de Partida > Fecha de Regreso. BUSCAR VUELOS


La competencia entre Lan y Continental comienza encarnizadamente por las mejores ofertas. El silencio es tan profundo que solo puedo escuchar el cerebro del Ipod y el mío procesar sus respectivas informaciones. Ninguno de los dos llega muy lejos, ninguno llega a dar resultados que sirvan de algo porque todo se interrumpe cuando Mikaela golpea el vidrio del auto. Lanzo el Ipod hacia el asiento trasero como esa vez que el inspector del colegio me encontró con una revista porno en el recreo y la arrojé hacia un grupo de niños que jugaban a la ronda. Los rapaces se abalanzaron hacia la presa y a mí me suspendieron. Como Mikaela no entra, supongo que debo salir yo. A su lado está una mujer de cabello negro y lizo. Esta vestida de esa manera extravagante que uno solo ve en los anuncios de una revista de moda tipo NYLON. La sospecha constante contra el triangulo amoroso compuesto por la belleza extrema, la publicidad y el Photoshop le hace a uno suponer que ese tipo de mujeres no existe. Que ese tipo de realidad no existe. Aunque todos aspiremos y luchemos por ese Paraíso de nubes de neón. Lo virtual es una sátira de lo ficticio.
Todo este análisis medio cretino creo que se da en tiempo real porque al salir del trance ambas me miran con extrañeza.
- Ella es Natasha -dice Mikaela finalmente- a la espera de que me acerque a saludar al recorte de afiche
Galpón. Pasada la media noche. Quienes sospechen del mencionado triangulo amoroso,
deberían dejar de ser paganos y mirar dentro de este galpón. Es el Vaticano del neón dulce y confortable. Llamen al Cielo como quieran, de cualquier religión o secta, estoy seguro que en el imaginario actual se parece a esto. Piensen en algún anuncio a página completa de Calvin Klein.
Con el tipo de musculatura híper definida, sin camisa, quien es escalado por un par chicas en estado salvaje con expresión de novias de Drácula. Todos aceitados, todos perfectos en sus jeans apretados, e incluso adquieren el adjetivo ‘artístico’ por publicar la fotografía en blanco y negro ¿Lo tienen en mente? Posiblemente yo no me vea tan bien como el modelo pero… ¡qué importa! Me siento como él, lo único que vale en realidad es que uno crea que lo es. El realmente ser ya pasó de moda. La maravilla de la realidad virtual auto gestionada.
Champagne, mucho champagne, mezclado con un adictivo extracto de cerezas que bailan un suave y sensual tango en mi boca antes de tragarlo. Las mejores fiestas son donde no falta ni sobra nadie. Tres es el número mágico. Los beats de la música electrónica marcan el tempo acelerado donde aparecen flashes de piel y líquido. El palacio de veraneo para el imperio de los sentidos. La póstuma orgia romana reloded. Esas dos últimas frases no tienen sentido… Al menos si no se está experimentando un nirvana alcoholico-sexual-narcoestimulante. En este estado la propiedad en el lenguaje deja de ser una prioridad.


Mikaela emana una seguridad enorme de sí misma, está en control de todo, como si portara una Kaláshnikov colgada al hombro. No puedo imaginarla más en la carroza de caballitos llegando a la iglesia. Empuja constantemente a Natasha para que se aleje de ella e interactúe más conmigo pero ella parece estar dividida en dos. Se limita a lamer el champagne de mi cuerpo pero mantiene un cerco alrededor de mis labios. Cuando la ve dudar, Mikaela se abalanza sobre mi boca. Por un segundo cruzo miradas con Natasha y noto una ligera incomodidad maquillada por su sólida expresión de modelo. Su cuerpo está ahí dispuesto a ser tocado pero sus ojos parecen estar obligados a permanecer en la escena y nos miran ofendidos.
Es solo un parpadeo pero se siente descubierta, desnuda por primera vez, su expresión cambia de nuevo a la de una chica Calvin Klein y se lanza a probar el champagne con sudor. No me importa y trato de sumirme en mi paraíso de cerezas pero no puedo dejar de notar que las miradas entre ellas se hacen más constantes y la paranoia que se encontraba borracha se levanta de forma alevosa tratando de golpearme. Mikaela lo nota y se esfuerza por devolverme al estado de placer, pero sus intentos solo acentúan mis miedos, ahora acelerados por la dosis de heroína. Trato de hablar pero solo sale un balbuceo, un ladrido muerto. Intento otra vez, más lento, pero no es nada entendible o si lo fue, no les interesa entenderme. Quiero buscar una excusa para salir al auto y escapar. Imposible. El lenguaje dejó de ser una prioridad, las palabras solo hacen eco en los muros perturbados de mi cabeza. Están encerradas y se torturan a sí mismas. Mover mi cuerpo resulta una tarea colosal, peso 400 libras en ese momento.


Hago mi máximo esfuerzo y apenas puedo levantar el brazo para agarrar por el cuello a Natasha pero se lo quita de encima fácilmente con un manotazo. La marea de champagne y pastillas mecen mi cabeza hasta que cae hacia atrás sin resistencia. Siento que se aproxima el desmayo.
Las chicas se dicen algo que ya no alcanzo a escuchar. Mis parpados se cierran como un telón y por la rendija puedo ver que se levantan y buscan algo en sus bolsos. Pantalla a negro. Abro los ojos. Natasha tiene una pastilla azul en la mano y Mikaela me sostiene la cabeza hacia atrás.


Trato de resistirme pero no hay forma, Natasha mete la pastilla y Mikaela me la hace tragar a la fuerza, apretándome las mandíbulas. Pasan unos minutos mientras ellas discuten con vehemencia yo permanezco en el limbo como un espectador descerebrado. Mikaela es la última en mover los labios, la discusión termina finalmente y ella tiene la razón. Le da un beso dulce a Natasha, quien mira al piso resignada, y comienza vestirse. Solamente puedo sentir que una fuerte erección me viene de repente. El resto de mi cuerpo está inerte. Natasha alza la mirada luego de unos minutos, tiene lágrimas de furia. Se acerca hacía mí con una expresión
parca en su rostro. La incomodidad que antes asumí en sus ojos ha mutado a su verdadera forma de menosprecio. Se sienta sobre mí, dándome la espalda, y usando mi única parte viva, comienza a moverse rápidamente. Nadie siente placer. El sexo en su polaridad desconocida, depresivo y mecánico. Si el amor puede hacerse físicamente, Natasha me demuestra que también la repulsión. Ambos tenemos asco del otro, pero yo no tengo voz. No soy parte del acto, solo un consolador a violentado que además es humillado con la facultad de mantener los ojos abiertos. Quiero vomitar. El orgasmo es desagradable. Me hace desmayar.


Despierto en el asiento de mi auto, estacionado cerca del hotel de hace dos noches. El olor en mi ropa a champagne rancio prueba que lo que pasó fue real. No falta nada en la billetera, ni dinero ni tarjetas de crédito. Alguien puso un preservativo nuevo en su interior. Una broma cruel. Sobre la pantalla del Ipod hay una nota de agradecimiento: “A uno de ellos le pondremos tu nombre, Gracias por todo”. Una sensación de suciedad me recorre la espina. Una sensación irreversible.

La Reina

 Al parecer, parecerse no es nunca lo suficientemente parecido a ser autentico y no parecerse a nada.


La mirada, o más bien en la mirada. Ahí hay algo, medio coqueto medio sufridor, lo cual nunca llega bien a mimetizarse. Aunque coquetee y sufra como un condenado.  Imposible emular la original. Por eso las mujeres sólo me gustan cuando mantienen los ojos bien cerrados. Los parpados son mucho menos fascistas, no nos segregan por nuestra génesis, confundida de fábrica. En el Cielo, o donde coño sea que se defina el género de un nuevo ser, trabaja un inspector de espíritus que debería ser despedido por negligente.

Ojos, espejo del alma. A la mierda ¿Y si se tiene un alma franca de mujer? Cómo se puede poseer una autentica mirada femenina mientras todavía te están colgando los huevos como un cascabel, recordándote el hilacho de hombría que no se puede quitar en cada paso que das.  Perdón por el lenguaje tosco, pero las mujeres también nos echamos pedos en privado, y esta es una plática privada mi amor.

Propongo un intercambio. No. No el que hago cada noche, no sean básicos. Uno en grande, uno necesario, donde todos ganemos y solucionemos nuestras afligidas limitaciones.
Propongo: Yo le doy mis huevos a Dios a cambio de que él me quite esa costilla que me sobra.
Por más que me esfuerzo por pecar sobre sus mandamientos pareciera que nada es suficiente como para que me expulsen de este cuerpo. Eva solo se comió una manzana y ya. Golfa pueril. Otra prueba de que Dios o ya no merodea por aquí o como insisto, le falta lo que a mí me sobra: Huevos.

Un cirujano ofreció sacar mis bíceps y ponerlos en mis glúteos para que se vean tonificados. Ya imaginaba como los hombres iban a fantasear por la noche luego de ver ese culo de acero. Iban a calentarse tanto al recordar mis pasos que luego tratarían de montarse a su mujer, pero al momento de agarrar esas carnes flácidas todo se les vendría abajo.  

Tuve que decirle que no. A la final soy responsable y una mujer siempre piensa en el futuro. Tenemos un instinto de preservación natural. Sin eso la raza humana ya habría desaparecido, ingratos. Si pierdo mis bíceps como voy a levantar costales durante el día para pagar las cuotas de la operación. Necesito un marido que me mantenga, y para eso necesito mi culo de acero.
Decisiones cada día.

Tengo la fuerza para ser mujer e incluso madre. Puedo dar a luz una dulce esperanza con todo el dolor que requiere su parto y luego amarla por sobre todas las cosas, por más decepcionante que llegue a ser el resultado al pasar los años. ¿Qué mas prueba que eso?
Ser bicéfalo por indecisión no paga y menos si se es gordo y feo. No todos los que nos sentimos hermosos dentro de un abrigo de ming al parecer lo somos. Una vez vi una foto de mí metido, feliz de la vida, en uno de esos abrigos. Era negro con rojo, sublime y un corsé de látex café oscuro. Hermosísimo. Hasta pusieron esa foto en una exposición que se llamó TROCOCO (Travesti y Rococó). Llego la invitación a mi casa. Era la primera vez que mi buzón recibía una carta a nombre de Delphine François. El espíritu se me revitalizó. Me sentía tan orgulloso que quería llamar a mi padre a chismearle todo. Pero una mujer siempre sabe esperar al momento correcto, y en este caso será cuando él esté tres metros bajo tierra. Igual voy a llevarle una lindas broméelas a la tumba para que se le pase la bronca que le va a dar cuando le diga.  
Fue la primera vez que me dejé lucir ante un público masivo. Pensé en llevar el abrigo de ming pero no quería que piensen que era el único atuendo fino de mi guardarropa, aunque sí lo era. Me lo robé de la casa de mi abuela hace años, pero el rojo se lo pinté yo. Caminaba por la exposición con el paso ligero que una diva debe tener. Me miraban y sentía la envidia alrededor. Refrescante. No fui directo a buscar mi retrato, aunque moría de ganas de oír los comentarios de alrededor. Ojee uno por uno con calma. La mayoría se veían muy artísticos. Llegué a uno grande y enmarcado con pan de oro, de primera mirada lo encontré burdo, pero gracioso. Al punto que me reí un poquito para mis adentros de esa loca gorda y con cara de putísima que se relamía las mejillas frente a mí. Luego me reconocí y me dieron arcadas.
El fotógrafo me pedía que le hiciera el amor a la cámara. En ese estudio yo me sentía la diva más lujuriosa del planeta. Me adentré en un personaje aparte, que no sabía que residía en una habitación escondida y bajo llave de Delphine. Ponle una máscara a un hombre y te dirá la verdad. Ponle dos y se volverá su propio Dios.

Y como deidad, me di cuenta que soy putero como Zeus. Me abalancé al fotógrafo para hacerlo mío y me noqueó con su cámara. A los hombres nunca hay que decirles que sí a la primera ni dejarles ver que nos encantan. Error de adolescente, lo asumo.
No debí ponerme tanto rimel.

¿No es el don más maravilloso de la mujer despertar la belleza? ¿Y el de nosotros? Tratar de caminar lenta y dolorosamente hacia esa belleza con un bastón entre las piernas. 
Mis cuerdas vocales no tienen forma de maquillarse. Por eso cuando un  hombre guapo me habla siempre le digo que sí con la cabeza. 

Trespiés


Por Takeko Jones


Y bueno… yo solo estaba aquí, más bien ahí, en esa esquina, sentado, leyendo
Día tras día me paro por los alrededores y espero.
Qué va, yo no soy ningún héroe.
Miro pasar a la gente, los que entran y salen del banco, todos apresurados, recelosos de lo que llevan encima. Nunca despego el ojo de la entrada. Uso unas gafas grandes.
Lo mismo que le contaron los guardias. De repente hubo un tiro y me asusté como cualquiera.
He venido cada mañana desde hace 17 días.
Un tipo corriente nomás, que estaba en ese lugar de pura coincidencia.
Cada noche salgo a correr piques rápidos y cortos.
Lo pienso y una parte de mí lo considera una estupidez, una locura.
Antes me asomaba por ahí apenas abría el banco, pero luego me enteré en un diario que la mayoría de asaltos ocurren al medio día.
Podrían haberme matado claro… eso no lo pensé en el momento, solo actué, fue un instinto más impulsivo.
Me excita cada vez que veo pasar a dos tipos en una moto y bajan la velocidad al pasar por frente de la puerta. Nos ven y nos analizan. Y yo a ellos.
Dejemos lo de héroe… por favor, un ciudadano más, eso es todo. Alguien harto como cualquiera de que esta gente nos haga vivir esta especie de terrorismo urbano. Esa sensación de frustración supongo que fue lo que me hizo actuar.
Cuando escuché el disparo yo ya estaba esperándolos, escondido, detrás de su moto. Me sudaban las manos.
Mire, no es que mañana voy a ir a Creaciones Imperio a comprarme un traje de Batman.
No eran ni siquiera corpulentos. Corrían con una bolsa, agitándola como niños que salen desesperados del último día de clases
O sea, míreme… no soy tan alto, jamás hice artes marciales ni nada de eso. De hecho, este es el primer enfrentamiento que me ha pasado en la vida.
Los guardias ni siquiera trataron de levantarse del suelo. No iban a arriesgarse por los miserables 200 dólares que ganan. En sus miradas fracasadas casi se podía notar la envidia que les tenían a los ladrones mientras huían de su lugar de trabajo.
Herido, tanto así no… bueno sí un poco maltrecho. Me dieron un par de golpes, ¿ve aquí? Ah y este corte en la ceja, que se ve feo pero no creo que sea nada grave.
Un asalto es como un cuadro de película paralizado. Sin sonido. Todos los actores secundarios padecen de pánico escénico. Solo los protagonistas mantienen el ritmo de la acción.
No. Yo soy de acá. El acento es porque volví al país hace poco, estuve viviendo afuera por años… y me encuentro que todo está diferente, inseguro.
Entonces todo cambia, uno de los tipos tropieza, el otro sube a la moto y arranca, dejando a su compañero atrás.
No jaja, qué preguntas me hace. Soy soltero, sin novia ni perro que me ladre jaja. No he tenido tiempo ni para salir a un bar. He estado ocupado con eso de insertarme de vuelta acá y sacar adelante mis trabajos.
Cuando la moto pasa por mi lado, me impulso en el capó del auto y le doy una patada recta, con fuerza. Siento con el pie como se le hunde la costilla. La moto comienza a perder equilibrio con la velocidad, el tipo trata de retomar el control, da unas cuantas curvas forzosas hasta que resbala. La moto se desliza hasta golpearse con un contenedor de basura.
Yo soy pintor…
El de la moto queda en el pavimento inmóvil. Su pasamontañas está rasgado y manchado de sangre.
Bueno estoy buscando donde exponer mi trabajo… como le digo estoy recién llegado y hay que darle tiempo al tiempo
Queda uno. Corre hacia mí aturdido. Tiene pánico escénico, dejó de ser un personaje protagónico, su papel en la escena está definido. Un golpe cruzado en la sien, con la mancuerna, y el pobre se desparrama sobre el Honda Civic que me hacía de guarida. No tuve que hacerle nada más. Solo volver a mi esquina y esperar la resolución luego del clímax.



Sergio Landetta, un héroe inédito
Diamantes recuperados por un ciudadano ilustre
El pintor justiciero
El artista que le dijo basta a la delincuencia


Entrevistas, titulares, crónicas, artículos y hasta editoriales de opinión. Toda la ciudad hablaba de mí. Mi actitud de que-me-importismo con el reconocimiento que todos se lanzaban a otorgarme los alucinaba. Mi fama simplemente bullía. Las empleadas domésticas suspiraban hombro con hombro junto a sus patronas cuando la radio me mencionaba. El trabajo que la policía no cumple, que los políticos ofrecen en vano solucionar, lo tuvo que realizar un pintor con sus propias manos, dejándose maltratar su linda cara con ojos verdes. Ese era el vox populi. El pintor, el artista… vaya figura recurrente para conquistar chicas y funcionada de igual manera para enamorar a una ciudad. Cautivaba, le daba un plus de misticismo al personaje público. La televisión me adoptó como su hijo favorito y las revistas de mujeres comenzaron la búsqueda del santo grial para conseguirme una novia que esté a mi altura. ¡¿Cómo el héroe pintor más famoso de la ciudad podía estar soltero?!
Poco después llegaron las llamadas de las más recatadas galerías, de los ansiosos agentes, de los curadores curiosos por tomar un café bohemio conmigo y hablar sobre el avant-garde… todos me querían, me necesitaban con hambruna para revitalizar sus exposiciones… para convertirlas en un mega evento pop. Rechacé mostrar mi trabajo. Me resistí a las jugosas ofertas. Lo único que aprendí de economía alguna vez en el colegio, fue su única ley tangible por los mortales visibles: oferta y demanda.
Esperé que los medios y el boca a boca maduraran la fruta lo suficiente y antes de que se comience a podrir, acepté hacer una mega exposición. El evento más exclusivo que la ciudad habría visto en la última década. Nada de afiches ni anuncios ordinarios. Solo se mandó invitaciones a la creme de la creme. Aquellos que podían apreciar el arte de un héroe. Aquellos que podían pagar el arte de un héroe. La condición irrevocable que pedí, fue que no mostraría mis cuadros hasta el día de la exposición. Una petición que para cualquier otro le habría representado un escupitajo en la cara por parte de los organizadores.
El champán agilitaba las lenguas y un remolino de channel inundaba el ambiente. Se apagaron las luces. Nastassja Gouyèvre, mecenas del arte local y dueña de la galería, leyó un texto descriptivo sobre el concepto y axiología de mi obra, que yo mismo escribí minutos antes:

Los trazos reflejan el iris escondido. Los colores, el transito de sueños infantiles que son decapitados por el transito matutino. El olfato es la herramienta más visual que existe. Los ojos están contaminados desde que se nace. No se pinta un cuadro con adultez sino con la ilusión de hacer real un universo más fantástico. A la crudeza solo la hace reflexionar la inocencia. La línea más simple limpia el espíritu urbano sofocado de demasiados productos sobre diseñados. Dejen que la obra de Landetta los pasee por un lugar que no han visitado desde su niñez.

Sensible y heroico, me habían llamado en una popular revista chic. Una mezcla perfecta de la que todos querían un pedazo. Y ahora podían adquirirlo. Los hombres más ricos de la ciudad caminaban con cara reflexiva por la galería, haciendo números, calculando inversiones. Sus mujeres acercaban el ojo para ver con detalle los trazos o como decían ellas: para degustar las texturas, que son en sí una obra aparte. Había un par de críticos de arte, que detrás de sus grandes lentes Guess se lanzaban miradas agudas mientras se susurraban al oído, lo pavoroso que les resultaba ver mi obra populista. Me calificaron de petimetre y botarate.

Esa misma noche vendí 300.000 dólares en cuadros. Irónicamente el mismo valor de los diamantes que rescaté. Un gran éxito. Al día siguiente volví a Uruguay. Mi hogar de los últimos 7 años. Le pedí al taxista que me lleve por la rambla, el verano se acercaba y la gente ya adornaba los atardeceres en la playa. Llegué a la Ciudad Vieja, abrí la puerta de casa y me encontré frente a frente con Benjamín, mi hijo pequeño. Tiene 5 años y unos ojos llenos de chispa, como los de su madre. A penas me vio salió disparado a su habitación y me trajo un manojo de papeles que se le caían por todos lados. Buscó entre todos y me mostró con orgullo el que decía era su mejor cuadro. Lo vi y me gustó.
Lo senté en mis rodillas, y le pregunté: ¿Cómo se llama, Benja?
El trespiés, me respondió. Es como un ciempiés pero que se dio cuenta que no necesitaba tantas patas para caminar por la vida, solo dos para avanzar y una para cuando tiene que irse para atrás. Podrías ser un filósofo existencialista Benja.

El trespiés. Seguramente podré venderlo por unos $50.000 cuando vuelva a la ciudad. Mientras Benjamín termina de pintar unos cuantos cuadros más, voy a tomarme unos días para ir a la rambla del Puerto del Buceo y comenzar a escribir un nuevo guión.













Una cicatriz que fluye por la sangre

Hablo con mi resentimiento. No es una plática agradable, ¿sabes? Hay mucho en ti, pequeñas y grandes cosas. Es como una guarida de serpientes, de todo tipo, de todos los tamaños, las más diminutas son las más venenosas. Esos detallitos, ¿sabes? Esas palabras que uno nunca llega a superar, tal vez solo sean solo una o dos, pero están ahí, moviéndose silenciosas, como una cicatriz que fluye por la sangre y no tienes idea por cual poro saldrá para gritarte solamente a ti: aquí estoy, aquí estoy ¿me recuerdas?

Se supone que las cosas pasan, se van, que el tiempo sabe lavar las heridas, que por debajo de los puentes pasa el agua ¡Pero qué mentira tan obscena! Tú sabes ser un poco más cruel que eso. Es mejor quedarse callado. Solo que por sentir esa fría sensación de impotencia en las manos sudorosas. Ese nerviosismo insufrible de quien quisiera responder con madurez, pero sabe de antemano que está dominado, paralítico en su propia reacción explosiva, reacción antagónica contra nuestra última trinchera de dignidad.

Mira, ahí está ella. La mujer. La que te alimentó en tantas ocasiones, de maneras tan jugosas. Dale una buena mirada. Obsérvala ahí, cagada de miedo, amarrada contra esa silla horrorosa que ella misma trajo de la tienda de antigüedades donde luego supe que se encontraba con su amante pervertido. Qué clase de mente enferma se reúne con una amante donde en la tienda de un anticuario bautizado Canuto. Seguro era un necrófilo negado. En fin, como te decía, ahí está ella sin poder ver nada a su alrededor, a mi disposición… perdón, sí tienes razón, también eres protagonista en esto. A nuestra disposición. ¿Pero qué sacamos de todo esto? le corto una oreja, le arranco las uñas o cualquier cosa de ese tipo y ya está. Es instantáneo. Siempre sabrá donde esta la herida y como ocultarla. Siempre podrá pedir un préstamo de hipotecario para repararse en alguna clínica bogotana. No, yo quiero justicia de la buena. Quiero que ella tenga una relación con su propio resentimiento tal como yo la tengo contigo, así, cercana y calurosa.

Creo que voy a dejarla ir. Eso es lo mejor, por ahora ¿sabes? No, no me están sudando las manos, pero tal vez es mejor preparar algo para cuando vuelva a su casa y crea que todo esto haya terminado…es una excelente idea, maquiavélica, una venganza prolongada, tal vez hasta de años, como en una novela policial, imagínate convertirme en un sicópata que la atormente invisiblemente por cada momento de su vida, acosando cualquier intento de felicidad, esa sí sería justicia de la buena, volverla victima eterna de un terrorismo personalizado, un estado de sitio imprevisible que … o tal vez tienes razón, quiero dejarla ir porque le temo tanto como desde el primer beso. No puedo enfrentarme a ella ni tampoco a ti, no puedo ni siquiera separarlos en dos cosas diferentes. Resentimiento y Mujer.

Escuché que lo mejor es dejar que el agua pase por debajo del puente, pero aquello no funciona cuando lo que pisas por debajo es un pantano sin corriente ni intención de moverse.

Hay que tener bolas al menos una vez en la vida de poner la pistola en la sien y recuperar la dignidad.

X sale del galpón, camina lento, con paso hipnotizado, parpadeos inconstantes. Saca de la guantera del auto de ella un pequeño revolver viejo de colección, comprado en la tienda del anticuario, un regalo de ella en el pasado San Valentín.

- Por si te dejo de amar alguna vez dijo ella en tono de broma cuando se lo dio.
- Ojalá venga con dos balas entonces, le respondió él también riendo

Chuquicamata


- GHU-2694, es la patente correcta, camioneta 4x4 Toyota todo terreno con los logos de Codelco al costado…

- ¿Revistaste el interior?

- Sí, están los documentos de identidad del caballero, es el esposo de esa señora morenita que vino a la comisaría antes de ayer a denunciar su desaparición. Nos dejó ese porta retrato de él que sale con una guagua.

- Le dijimos que traiga otra foto donde apareciera solo su esposo, para que no fuera tan confuso al pegar el aviso por la ciudad. ¿Dónde habrá quedado el torso?

- Desintegrado. Se puso por lo menos dos kilos de explosivos en el cuerpo.
class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">- Y uso dinamita de la empresa… la dinamita que pagamos todos los chilenos. -- Por lo menos a la camioneta solo hay que lavarle la sangre y queda flamant.

“Vengo al desierto, a cometer este acto cobarde de abandono, me odio por hacerlo, pero tengo que irme de esta mierda de oscuridad infinita. Perdóneme ambas.”

- ¿Alguna otra evidencia?

- Esta carta que estoy leyendo Jefaso, estaba en la guantera, el tipo estaba en la última, dice que no podía más con la angustia, con la persecución, ese tipo de cosas y luego habla de puro asunto raro que habría que preguntarle a la esposa mejor... porque no entiendo si el móvil del suicidio es porque la mujer le ponía los cachos o porque se pudrió de la vida de minero.

- Mineros tontos, siempre se terminan matando de alguna forma extrema ¿no saben que la depresión está cubierta en el Auge? ¿Encontraron la cabeza?

- Solo la parte parietal y la occipital.

- Bueno toma una foto y se la pasas a los medios, pero solo de la camioneta bañada en sangre, no quiero que la esposa vea el cuerpo tan destrozado… aunque tal vez se merece cargar con esa imagen la muy puta, ya le preguntaremos.

- Son todas unas putas Jefaso.

Ejercicios de estilo de Raymond Queneau mas una versión propia

De Queneau:

Relato

Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un
personaje con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de golpe y porrazo, a su vecino, pretendiendo que le pisoteaba adrede cada vez que subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para lanzarse sobre un sitio que había quedado libre. Dos horas más tarde, volví a verlo delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente.


Vacilaciones

No sé muy bien dónde ocurría aquello... ¿en una iglesia, en un cubo de la basura, en un osario? ¿Quizás en un autobús? Había allí... pero, ¿qué había allí? ¿Huevos, alfombras, rábanos? ¿Esqueletos? Sí, pero con su carne aún alrededor, y vivos. Sí, me parece que era eso. Gente en un autobús. Pero había uno (¿o dos?) que se hacía notar, no sé muy bien por qué. ¿Por su megalomanía? ¿Por su adiposidad? ¿Por su melancolía? No, mejor... más exactamente... por su juventud, adornada con un largo... ¿narigón? ¿mentón? ¿pulgar? No: cuello; y por un sombrero extraño, extraño, extraño. Se puso a pelear -sí, eso es-, sin duda con otro viajero (¿hombre o mujer?, ¿niño o viejo?) Luego eso se acabó, concluyó acabándose de alguna forma, probablemente con la huida de uno de los dos adversarios.
Estoy casi seguro de que es ese mismo personaje el que me volví a encontrar,
pero ¿dónde? ¿Delante de una iglesia? ¿Delante de un osario? ¿Delante de un
cubo de la basura? Con un compañero que debía de estar hablándole de alguna cosa, pero ¿de qué? ¿De qué? ¿De qué?


De Bourage:

Comentarista deportivo

El minutero pega ya el medio día, el árbitro mira su reloj, buena asistencia en el bus metropolitano, el escenario está prácticamente lleno para el clásico, el Cuellilargo Benítez está parado, concentrado, viste sus tradicionales colores llamativos, aunque creo ver desde aquí que le falta un botón en la chaqueta… Comente Pepe

Así es mi estimado Poeta del Gol, parece que su entrenador se preocupó más en darle las últimas recomendaciones tácticas a su sombrero, reforzando la línea de tres, con ese coqueto cordón que le cuelga para hacer más pressing ofensivo…

El árbitro dice: jueguen muchachos y la acción comienza por parte del veterano Chico Álvarez, dueño y señor de estas canchas, castiga con potencia las costillas del Cuellilargo, usa los codos como si fueran guadañas, una y otra vez, miren que combinaciones, es un mooonstruo. Benítez parece atrapado, no reacciona, otro frenazo de la maquina busetera y se gana un nuevo pisotón por parte del Chico. Su experiencia en este tipo de superficie le da ventaja… Comente Pepe

Exasperado, frustrado, derrotado, fieles oyentes esos son los adjetivos que me vienen a la mente para definir a Cuellilargo en este round, que no ha mostrado reacción alguna ante un contrincante malicioso y enfocado que ha salido a buscarlo desde el pitazo inicial.

¡Tiró la toalla! No lo puedo creer, una vergüenza deportiva nunca antes vista en este rodante escenario urbano, Cuellilargo abandona y se refugia como una liebre asustada en un asiento libre. Parece que eso es todo por la velada queridos oyentes. Los invitamos a escuchar la rueda de prensa que se dará en la estación Saint-Lazare.

Monologo de una casi viuda a.k.a reflexiones de una Bitch.

Una habitación de hotel cuatro estrellas. Sobre la cama King Size, Marian se encuentra recostada contra el espaldar, desnuda, cubierta hasta el pecho por la sabana y observando fijamente con frustración y desdén al bulto humano que está a su lado inanimado.

Marian: La puta madre, este viejo está tieso como un tronco. Da un largo soplido La reputa que lo parió, creo que se murió. Se le ve muerto, pero tiene como 80 años igual, si hasta cuando se embute cucharadas de yumbina, como si fuera una yegua frígida, se le ve medio muerto. Alza la cabeza y olfatea el aire como un sabueso Y tampoco le he oído echarse ni un pedo hace rato y siempre está echándose pedos el viejo puerco, es flatulento como él solo, seguro ahora sí colapsó el muy hediondo. Por dios, hasta a una mofeta se le saldrían las lágrimas si tuviera que oler ese baño después del festín de frijoles y chile con el que se atragantó anoche. Aprieta el puño alzándolo a la altura de su cara ¡La que me parió! ¿Quien me manda a culiarme al viejo un día antes de la boda? Se toma la cara con ambas manos ¿Y ahora que hago con el vestido…? Toma la sabana y se levanta el busto Puta que se sentía rica la tela de los encajes y me daba un potente escote, que desperdicio. Todos los vejetes iban a quedar deshidratados de tanto babear. ¡Uf! que le salió caro el vestido al viejo, debí haber comprado dos, nunca está de más tener uno de reserva, especialmente ahora, que parece que se murió el novio y justo un día antes de la boda. ¿Cómo me puede pasar esto a mí? Y yo que quería que esos gemelos nietos del viejo me vieran con mi vestido matador, siempre me han mirado con ganas ese par de pervertidos, igual les enseñaría un truco o dos para que todo quede en familia. ¿Pero que familia? Si ya se murió este inútil, cretino, lerdo. Da un gritito contenido mirando furiosa al bulto ¡AGGH! ¡Que mala puntería tiene la muerte! Dos días, dos días más, y yo misma le hubiera abierto la puerta a la puta muerte para que se lleve a este sarnoso, pero no. Tuve que abrirle una pequeña ventanita con anticipación y ya se coló por ahí la perra aprovechada. ¡Que soy pelotuda! Viejo mañoso, por qué le di la puntada un día antes de la puta boda… Una pelotuda es poco para lo que soy… ¡soy una tremenda boluda! Era cosa de verlo, oírlo, palparlo, si a los dos minutos de empezar ya hacía ruidos de animal moribundo y le daban arcadas epilépticas por el esfuerzo sobrenatural que le significaba a este cadáver tratar de hacer un paupérrimo misionero. Imitando con desprecio mientras hace una mueca ¿Se siente rico mijita? Viejo cabrón, si con una pila Triple A me puedo venir mil veces mejor. Saca la lengua con asco Puta que tenía gusto a caducado este carcamal, era como lamer un abrigo de piel empolvado en el ático desde hace siglos ¿Tendré un Mentos en el bolso? Puag… creo que todavía tengo un pelo entre los dientes, ahí lo siento en la muela del fondo, cosquillando mis encías. Puta que estaba peludo el viejo y olía a agua ras. Que manera de tener plata y no tener clase, cómo va a usar agua ras. Pero ni con ese veneno se camuflaban sus pedos. Quedaba oliendo como a esos baños de bus popular, donde caga todo el mundo y le ponen ese desodorante ambiental barato… pero que asco. Se da la vuelta y le habla directamente al bulto Bueno, para eso te ibas a casar conmigo, para verte con un poco más de clase, ¿CIERTO? Para poder presumir en tu club de billar y agarrarme el culo en frente de todos, ¿NO? Para sentirte dominador y patriarca, para sentir que alguien depende de ti, para tener constancia de que aunque ya no puedes ni caminar derecho, puedes poner todavía a una hembrita en cuatro patas, ¿AH? De verdad te lo digo; tu y esos dinosaurios amigos tuyos, que andan colgándose minitas jóvenes del cuelo como si fueran joyas caras, se ven MUY ordinarios. No saben cuanto nos reímos de ustedes a sus espaldas. Todos los viejos que salen con minas jóvenes se ven tan patéticos… Reflexiona. Menos Jack Nicholson, ese si no importa lo viejo que este, siempre esta bueno. Claro, obvio, porque Jack tiene clase de pies a cabeza y este viejo no, es un viejo feo y corriente. Se acerca lentamente al bulto y lo observa con detenimiento a poca distancia Míralo ahí, esa piel reseca como lija que cuando suda se engrasa como una fuga de petróleo y ese olor a naftalina, ¡¿PERO QUIÉN SIGUE USANDO NAFTALINA EN ESTOS DÍAS?! Claro, solo este viejo. Jack seguro que no usa naftalina. Reflexiona. Yo saldría con Jack sin dudarlo, aunque mejor saldría con Sean Penn, esa cara de malo que tiene… me mata. Como me gustan los tipos malos. Se muerde los labios Mmm… tengo que mandarle un mensaje a Luigi, con ese aire de italiano mafioso, papito rico, mijito. Sale del trance y mira con decepción al bulto cabizbaja Y este viejo… ni cara de malo tiene. Este tiene un aire…. como de Santa Claus de supermercado de ofertas. ¡Ay¡ tengo que ir a ver qué ofertas hay en Zara antes de que la familia del viejo me corte la tarjeta de crédito, el otro día quería comprar unas blusas preciosas de otoño, pero el viejo estaba con una de sus andanadas de pedos y nos hubieran echado a patadas por tóxicos, viejo puerco. Me vendrían bien unas botas de cuero cafés con esa blusa y seguro que tendré que ir donde Mario para que me cambie el estilo de corte, algo más sobrio, pintármelo de negro tal vez, a fin de cuentas voy a ser casi una viuda. ¿Se habrá muerto el viejo? Con repulsión lo toca levemente con la punta del dedo y lo retira con velocidad Puta está tieso, tieso, tieso. ¿Y si llaman del counter del hotel para hacer el check out y encuentran que el viejo se murió por tirar más de la cuenta a los 80 años? Se tapa la cara con las manos Van a hacerle la autopsia y van a encontrar que este zascandil se murió por sobredosis de viagra, que vergüenza me va hacer pasar, otra vez, ni muerto puede dejar de hacerme pasar vergüenzas y humillarme, viejo miserable. Reflexiona y con un sobresalto se le abren los ojos de par en par, salta de la cama hacía el suelo emocionada y deja destapado al bulto Y hasta podría irme para Buenos Aires a bailar en el show de Tinelli y…

UFAAAA...

¡¿QUÉ ES ESE OLOR?!


Papas Fritas

Cuando pagas tu menú de medio día en el ‘Platón’, te regalan un diario de contenido ligero y vivaracho, lo que algún arribista letrado, hijo de facultad privada, consideraría como prensa amarilla. Lectura grata para acompañar el almuerzo de pechuga de pollo y obviar las gordas gotas de grasa que se chorrean desde las papas fritas. Como todos los pobres diablos empleados gana pan con media hora para atragantarse y llenar la tripa antes de volver a sus diversos quehaceres demoniacos, yo estaba a mis anchas leyendo aquella magnifica fusión de entretenimiento e información.

En la mesa de al frente -o mejor dicho en una de las tantas mesas que están al frente mío- se sentó una chica de refinada apariencia y cabello negro hollín, seguramente tinturado con ‘Color Perfect’ de Wellapon (Características del producto: Sistema sinergético: combina en forma perfectamente balanceada, logrando una interacción que optimiza, a la vez, rendimiento y resultado de color). Se ve igual que en el comercial de televisión.

La segunda pregunta que aterriza en la cabeza de uno es ¿Qué hace una chica así en el centro de la ciudad, alejada de las primaverales calles del barrio alto? Ciertamente hay unas cuantas compañías importantes que tienen sus matrices en el sector céntrico por una cuestión de tradición más que de eficiencia, pero no deja de llamarme la atención que un espécimen tan particular llegue al acostumbrado habitat del patio de comidas, compuesto principalmente por peces gato y variedades renacidas de milodón.

En su mesa, había el mismo diario de publicación ligera y vivaracha con el que el resto de zatrapillas nos entreteníamos leyendo sobre farándula y mirando tetas sin pezón, mientras las papas indiferentes a los contenidos seguían sangrando grasa cuando eran pinchadas con el tenedor de plástico.

La sorpresa de que aquel espécimen descontextualizado se hubiera sentado en mi radio cercano, ya me había puesto de buen humor. No era para menos, ella explícitamente había preferido ese lugar frente a mi mesa en lugar de aquel soleado puesto junto a los mórbidos programadores de antivirus.

Lo único que tenia que hacer para mi completo regocijo, era levantar la vista bajo el supuesto de masticar largamente y tenía una beca completa para estudiarla con el detenimiento que merecía su agraciada figura.

Pelo recogido con un complicado nudo y un vestido colorido pero distinguido. Esa era la composición de la foto. ¿Por qué los pobres diablos como los que venimos al patio, debemos ponernos traje y corbata para vernos un poco decentes y las mujeres como ella pueden ponerse un atuendo verde con café y mantener completa elegancia? Siempre me quedara la duda… aunque sepa en voz baja que la mona aunque de seda se vista mona queda.

Pero los caminos del Señor pueden ser amables, incluso para los periodistas malandrines como yo. Una segunda figura llegó a la mesa. Rubia, pero no rubia teñida, una rubia de verdad y según podía deducir importada de algún país nórdico, tal vez Dinamarca. Era un oasis en medio de la hostil cotidianidad.

La rubia tomó el diario que la sofisticada había dejado de lado con evidente desprecio. Le dio varias ojeadas. La portada del diario hablaba de Pascual, un perro chow chow que se había escapado de su casa durante la vacaciones y ahora vagabundeada por el barrio alto de la ciudad lleno de garrapatas. La portada incluía una foto a todo color del desafortunado can, que miraba al fotógrafo con profundos ojos melancólicos de quien ha perdido total esperanza. La danesa miraba desconcertada, sus muecas connotaban desentendimiento sobre el contenido del diario. Quería una explicación de porque un perro extraviado estaba en la primera pagina de una publicación masiva (285.000 ejemplares diarios). Tal vez pensaba que era un extraño doble sentido, una broma inteligente que a pesar de sus mil horas de estudio del idioma español no había podido captar y entender. Comenzó a desesperar. Miró a la sofisticada clamando por ayuda, pero ella estaba en pleno duelo con un wrap de zanahoria con lechuga y no iba a prestarle atención a nada más. La danesa estaba a punto del colapso, podía observarlo. Buscaba una respuesta a sus dudas en silenciosa desesperación y yo estaba al frente con una silenciosa respuesta que ansiaba ser dicha.

¡Pide por ayuda! Que la sofisticada se pare con estruendo, rompa la paz de nuestra media hora de almuerzo y grite: ¡Mi amiga se esta ahogando en su incomprensión! ¡Alguien Ayúdela Por Favor! ¡ ¿Hay algún periodista en el lugar? Yo habría arrojado la bandeja y las papas fritas habrían caído en la cara de un personaje secundario mientras en una escena de cámara lenta (a lo Baywatch) yo tomaba el diario, lo estiraba y le daba la ansiada explicación sobre la paupérrima historia que había tenido que escribir mi colega Jota Ron, debido a que el día de ayer el tiempo se le había esfumado en un café con piernas acompañado de una chica llamada Zalia y no había tenido mas remedio que llenar la tapa del diario con Pascual: El chow chow vagabundo que enternece al barrio alto. Ella habría clamado un: AHHHHHHH y el salón entero habría estallado en aplausos. Incluso la cocinera del Platòn me habría recompensado con un postre de bananas y helado. Un honor nunca antes visto en el patio de comidas.

- ARRRRRRGGHHHH.

Todo el salón se mueve, las miradas buscan desesperadas el origen de aquel graznido que ha asesinado la paz de su media hora de almuerzo. La chica sofisticada se levanta con estruendo, mientras la danesa se retuerce como una una lombriz que batalla para no ser insertada en el anzuelo de un pescador. ¡Mi amiga se esta ahogando! ¡Alguien ayúdela! ¿Hay algún doctor en el lugar? Nos miramos todos perplejos unos a otros. Allí se podía encontrar contadores, secretarias, vendedores, incluso un ingeniero, que para que no lo califiquen de facho ha venido a dar un paseo a este submundo con sus empleados, pero no hay médicos. Aquí no. Ningún medico le daría ese gusto a su colesterol comiendo esas papas fritas ni forzaría su digestión a media hora de tiempo.

Arroje la bandeja y grite rompiendo mi camisa como un Clark Kent cualquiera: ¡YO SOY MÉDICO! Todos los ojos se posaron sobre mi recién inaugurada estoica figura. Salte hacia la mesa de enfrente con arrojo e hice lo que mejor sabe hacer un periodista: ¡Fingir que sabe lo que esta haciendo!

Le metí los dedos por la boca como si se tratara de un colega ebrio que se le ha pasado la mano ahogando la penas luego de haber sido humillado por su editor y saque una gruesa papa frita que iba desde la tráquea hasta el negro paladar de la danesa. Tan negro que incluso Pascual habría estado celoso de tanto pedigrí.

Arroje la papa al suelo como si se tratase del despreciable ayudante enano-deforme de mi archienemigo de fantasía y la pisotee mostrándole quien mandaba en el lugar. La Danesa estaba agradecida, la sofisticada también, me citaron en la noche a un restaurante fusión del barrio alto a una cena baja en grasas. Cuando este ahí, les contaré la historia sobre Jota Ron y Pascual.