Trespiés


Por Takeko Jones


Y bueno… yo solo estaba aquí, más bien ahí, en esa esquina, sentado, leyendo
Día tras día me paro por los alrededores y espero.
Qué va, yo no soy ningún héroe.
Miro pasar a la gente, los que entran y salen del banco, todos apresurados, recelosos de lo que llevan encima. Nunca despego el ojo de la entrada. Uso unas gafas grandes.
Lo mismo que le contaron los guardias. De repente hubo un tiro y me asusté como cualquiera.
He venido cada mañana desde hace 17 días.
Un tipo corriente nomás, que estaba en ese lugar de pura coincidencia.
Cada noche salgo a correr piques rápidos y cortos.
Lo pienso y una parte de mí lo considera una estupidez, una locura.
Antes me asomaba por ahí apenas abría el banco, pero luego me enteré en un diario que la mayoría de asaltos ocurren al medio día.
Podrían haberme matado claro… eso no lo pensé en el momento, solo actué, fue un instinto más impulsivo.
Me excita cada vez que veo pasar a dos tipos en una moto y bajan la velocidad al pasar por frente de la puerta. Nos ven y nos analizan. Y yo a ellos.
Dejemos lo de héroe… por favor, un ciudadano más, eso es todo. Alguien harto como cualquiera de que esta gente nos haga vivir esta especie de terrorismo urbano. Esa sensación de frustración supongo que fue lo que me hizo actuar.
Cuando escuché el disparo yo ya estaba esperándolos, escondido, detrás de su moto. Me sudaban las manos.
Mire, no es que mañana voy a ir a Creaciones Imperio a comprarme un traje de Batman.
No eran ni siquiera corpulentos. Corrían con una bolsa, agitándola como niños que salen desesperados del último día de clases
O sea, míreme… no soy tan alto, jamás hice artes marciales ni nada de eso. De hecho, este es el primer enfrentamiento que me ha pasado en la vida.
Los guardias ni siquiera trataron de levantarse del suelo. No iban a arriesgarse por los miserables 200 dólares que ganan. En sus miradas fracasadas casi se podía notar la envidia que les tenían a los ladrones mientras huían de su lugar de trabajo.
Herido, tanto así no… bueno sí un poco maltrecho. Me dieron un par de golpes, ¿ve aquí? Ah y este corte en la ceja, que se ve feo pero no creo que sea nada grave.
Un asalto es como un cuadro de película paralizado. Sin sonido. Todos los actores secundarios padecen de pánico escénico. Solo los protagonistas mantienen el ritmo de la acción.
No. Yo soy de acá. El acento es porque volví al país hace poco, estuve viviendo afuera por años… y me encuentro que todo está diferente, inseguro.
Entonces todo cambia, uno de los tipos tropieza, el otro sube a la moto y arranca, dejando a su compañero atrás.
No jaja, qué preguntas me hace. Soy soltero, sin novia ni perro que me ladre jaja. No he tenido tiempo ni para salir a un bar. He estado ocupado con eso de insertarme de vuelta acá y sacar adelante mis trabajos.
Cuando la moto pasa por mi lado, me impulso en el capó del auto y le doy una patada recta, con fuerza. Siento con el pie como se le hunde la costilla. La moto comienza a perder equilibrio con la velocidad, el tipo trata de retomar el control, da unas cuantas curvas forzosas hasta que resbala. La moto se desliza hasta golpearse con un contenedor de basura.
Yo soy pintor…
El de la moto queda en el pavimento inmóvil. Su pasamontañas está rasgado y manchado de sangre.
Bueno estoy buscando donde exponer mi trabajo… como le digo estoy recién llegado y hay que darle tiempo al tiempo
Queda uno. Corre hacia mí aturdido. Tiene pánico escénico, dejó de ser un personaje protagónico, su papel en la escena está definido. Un golpe cruzado en la sien, con la mancuerna, y el pobre se desparrama sobre el Honda Civic que me hacía de guarida. No tuve que hacerle nada más. Solo volver a mi esquina y esperar la resolución luego del clímax.



Sergio Landetta, un héroe inédito
Diamantes recuperados por un ciudadano ilustre
El pintor justiciero
El artista que le dijo basta a la delincuencia


Entrevistas, titulares, crónicas, artículos y hasta editoriales de opinión. Toda la ciudad hablaba de mí. Mi actitud de que-me-importismo con el reconocimiento que todos se lanzaban a otorgarme los alucinaba. Mi fama simplemente bullía. Las empleadas domésticas suspiraban hombro con hombro junto a sus patronas cuando la radio me mencionaba. El trabajo que la policía no cumple, que los políticos ofrecen en vano solucionar, lo tuvo que realizar un pintor con sus propias manos, dejándose maltratar su linda cara con ojos verdes. Ese era el vox populi. El pintor, el artista… vaya figura recurrente para conquistar chicas y funcionada de igual manera para enamorar a una ciudad. Cautivaba, le daba un plus de misticismo al personaje público. La televisión me adoptó como su hijo favorito y las revistas de mujeres comenzaron la búsqueda del santo grial para conseguirme una novia que esté a mi altura. ¡¿Cómo el héroe pintor más famoso de la ciudad podía estar soltero?!
Poco después llegaron las llamadas de las más recatadas galerías, de los ansiosos agentes, de los curadores curiosos por tomar un café bohemio conmigo y hablar sobre el avant-garde… todos me querían, me necesitaban con hambruna para revitalizar sus exposiciones… para convertirlas en un mega evento pop. Rechacé mostrar mi trabajo. Me resistí a las jugosas ofertas. Lo único que aprendí de economía alguna vez en el colegio, fue su única ley tangible por los mortales visibles: oferta y demanda.
Esperé que los medios y el boca a boca maduraran la fruta lo suficiente y antes de que se comience a podrir, acepté hacer una mega exposición. El evento más exclusivo que la ciudad habría visto en la última década. Nada de afiches ni anuncios ordinarios. Solo se mandó invitaciones a la creme de la creme. Aquellos que podían apreciar el arte de un héroe. Aquellos que podían pagar el arte de un héroe. La condición irrevocable que pedí, fue que no mostraría mis cuadros hasta el día de la exposición. Una petición que para cualquier otro le habría representado un escupitajo en la cara por parte de los organizadores.
El champán agilitaba las lenguas y un remolino de channel inundaba el ambiente. Se apagaron las luces. Nastassja Gouyèvre, mecenas del arte local y dueña de la galería, leyó un texto descriptivo sobre el concepto y axiología de mi obra, que yo mismo escribí minutos antes:

Los trazos reflejan el iris escondido. Los colores, el transito de sueños infantiles que son decapitados por el transito matutino. El olfato es la herramienta más visual que existe. Los ojos están contaminados desde que se nace. No se pinta un cuadro con adultez sino con la ilusión de hacer real un universo más fantástico. A la crudeza solo la hace reflexionar la inocencia. La línea más simple limpia el espíritu urbano sofocado de demasiados productos sobre diseñados. Dejen que la obra de Landetta los pasee por un lugar que no han visitado desde su niñez.

Sensible y heroico, me habían llamado en una popular revista chic. Una mezcla perfecta de la que todos querían un pedazo. Y ahora podían adquirirlo. Los hombres más ricos de la ciudad caminaban con cara reflexiva por la galería, haciendo números, calculando inversiones. Sus mujeres acercaban el ojo para ver con detalle los trazos o como decían ellas: para degustar las texturas, que son en sí una obra aparte. Había un par de críticos de arte, que detrás de sus grandes lentes Guess se lanzaban miradas agudas mientras se susurraban al oído, lo pavoroso que les resultaba ver mi obra populista. Me calificaron de petimetre y botarate.

Esa misma noche vendí 300.000 dólares en cuadros. Irónicamente el mismo valor de los diamantes que rescaté. Un gran éxito. Al día siguiente volví a Uruguay. Mi hogar de los últimos 7 años. Le pedí al taxista que me lleve por la rambla, el verano se acercaba y la gente ya adornaba los atardeceres en la playa. Llegué a la Ciudad Vieja, abrí la puerta de casa y me encontré frente a frente con Benjamín, mi hijo pequeño. Tiene 5 años y unos ojos llenos de chispa, como los de su madre. A penas me vio salió disparado a su habitación y me trajo un manojo de papeles que se le caían por todos lados. Buscó entre todos y me mostró con orgullo el que decía era su mejor cuadro. Lo vi y me gustó.
Lo senté en mis rodillas, y le pregunté: ¿Cómo se llama, Benja?
El trespiés, me respondió. Es como un ciempiés pero que se dio cuenta que no necesitaba tantas patas para caminar por la vida, solo dos para avanzar y una para cuando tiene que irse para atrás. Podrías ser un filósofo existencialista Benja.

El trespiés. Seguramente podré venderlo por unos $50.000 cuando vuelva a la ciudad. Mientras Benjamín termina de pintar unos cuantos cuadros más, voy a tomarme unos días para ir a la rambla del Puerto del Buceo y comenzar a escribir un nuevo guión.













1 comment:

Juan Gomez said...

¡Hola a todos! Estoy escribiendo este artículo para apreciar el buen trabajo del Dr. OGALA que me ayudó recientemente a traer de vuelta a mi esposa que me dejó por otro hombre durante los últimos 6 meses. Después de ver un comentario de una mujer en Internet testificando cómo fue ayudada por el DR OGALA. También decidí ponerme en contacto con él para pedirle ayuda porque todo lo que quería era conseguir mi esposa, felicidad y asegurarme de que mi hijo creciera con su madre. Estoy feliz hoy que me ayudó y puedo decir con orgullo que mi esposa ahora está conmigo de nuevo y ahora está enamorada de mí como nunca antes. ¿Necesita ayuda en su relación, como recuperar a su esposo, esposa, novio, novia? Los espectadores que lean mi publicación y necesiten la ayuda del DR OGALA deben comunicarse con él por correo electrónico: (ogalasolutiontemple@gmail.com). También puedes llamar o contacta con él via whatsapp +2348052394128